miércoles, 26 de octubre de 2016

XXIII

Andaba removiendo un poco en mis libretas y me he encontrado estas palabras que escribí hace un tiempo ya. Espero que no les duela mucho leerlo.

Escribí poemas,
pequeñas estrofas
que nadie leyó
y nadie leerá jamás.
Me siento por ello
afortunado, anónimo;
sin ganas, ni ánimo.
Describo con torpeza
lo que me parece bello
y cuento los días
que pasan sin más
por momentos de ensueño.
Borracho soy,
y así me encuentro.
Borracho estoy,
pero disculpe,
porque no lo siento.


martes, 18 de octubre de 2016

XXII

No me puedo negar, ni negarme, a ser un punto solo e independiente en este mundo despiadado y despintado, entre la gente gris y confundida que agazapada y brumosa rebosa alegrías y felicidad fingida. Pago en silencio el precio de mi idiosincrasia dado que así me lo propuse, pues fueron el cielo y no las estrellas, las montañas grandes y precoces, el breve y cálido suspiro silencioso que jamás fue, la amazona de la noche y demás recuerdos que apenas alcanzo ya a evocar quienes terminaron, de una u otra forma, una y otra vez, con mi precipitada vida. En mis ojos se amontonan los óbolos y a mi alrededor el vacío; como Asterión yerro por un palacio infinito que me tiene preso, y como el dragón guardo receloso un tesoro del que no dispongo. Y, aun así, aguardo con desasosiego, como ambos hacen íntimamente, la visita de un nuevo anónimo, de una nueva heroína, cualquiera, que con su amor venga a ofrecerme dulce muerte.

viernes, 7 de octubre de 2016

XXI

Salimos del bar riéndonos distendidamente. Nos conocíamos de hacía ya tiempo, cinco o seis años, pero en aquel momento éramos como completos desconocidos. Por mi cuerpo subían y bajaban entremezclados distintos sentimientos que se me antojaban ya olvidados. Ella me miraba y sus ojos caían cansados a causa de las cervezas que ya habíamos tomado. Su rostro era radiante e iluminaba el camino, el mundo entero; entonces, para mí, nada más existía: sus ojos verdes, sus labios apretándose dulcemente alrededor del cigarro, sus gestos inconscientes, la noche fluctuando en su melena… el universo entero se centraba en ella, y a su alrededor yo orbitaba. Caminamos sin rumbo por calles anónimas, de bar en bar, de cerveza en cerveza, entre vasos y besos, y cigarros olvidados en ceniceros de terrazas. El tiempo discurría, pero no importaba. La noche era nuestra. 

Acabamos borrachos y felices en la cama. Follamos y después compartimos un cigarro. Recorrí con la mirada todos los detalles de su cuerpo y terminé perdiéndome en aquellos ojos verdes que eran como dos luceros que amanecían en la tiniebla que era mi ser. Nos besamos y fuimos a dormir. Yo me quedé unos minutos más despierto viendo como el sol empezaba a romper la serenidad de aquella noche inagotable. En aquel momento recuerdo que me sentí realmente uno con todo: amaba, no solo a ella, sino a mí mismo y a todo cuánto existía; yo era uno con el universo. No trascendí la existencia, ni alcancé ninguna suerte de conocimiento superior, ni me convertí en un buda, ni comprendí la metáfora de dios. Fue un instante preciso, breve como un suspiro, en el que experimenté el verdadero ejercicio del amor más allá de toda contingencia. Retuve cuánto pude y pronto caí rendido, esperando despertar acompañado y con poca resaca.