miércoles, 23 de diciembre de 2015

XIV

El sepulturero

Hasta entonces, durante toda mi vida, sólo había acudido a un funeral, el de mi abuelo. Pero ahí me encontraba, en aquel cementerio de color verde oscuro, húmedo y en cierta medida menos pesadumbroso de lo que esperaba, viendo como el ataúd se hundía en la tierra amarga. ¿Quién era el difunto? No lo recuerdo, pero tampoco siento remordimiento ni pena. Aquella caja de madera que descendía lentamente, continente de un frío cadáver, me parecía tan anónima y tan ajena, que no podía sentir ningún temple en mi existencia. ¿Por qué estaba yo allí? Las personas a mi alrededor lloraban, agachaban la cabeza con pesar o se consolaban los unos a los otros. Sin embargo yo, allí me encontraba, aguantando estoicamente aquel chaparrón social que caía sobre mi, como una lluvia fría una tarde de otoño. Miré a mi alrededor con la vana esperanza de encontrar una salida a aquella situación. Oteé con desgana a todas aquellas personas y escudriñé aquellos rostros vacíos, sin encontrar respuesta. Alcé la vista y contemplé los cipreses irregularmente recortados, los pájaros que volaban sobre el camposanto, distraídos por la vida que seguía su curso. Observé incluso el viento fresco que soplaba con suavidad. Insignificante levedad de la existencia... Aparté la vista hacia otros paraísos. Más allá, pero, me cautivó una figura que cavaba. Se movía maquinalmente, distraída en su tarea, siempre de espaldas a mí por lo que no pude verle el rostro en ningún momento. Me resultaba extrañamente familiar. ¿Quién era aquel sepulturero? Sabrina me cogió del brazo de pronto, avisándome de que el funeral había terminado. El muerto al hoyo y el vivo al bollo, como dicta el refrán.

Pasaron dos semanas sin más pena que gloria, con las mismas vicisitudes y los mismos quehaceres de siempre, hasta que me vi sorprendido, de pie, de nuevo, en otro funeral. Otro muerto, otras personas y los mismos sentimientos, la misma indiferencia, la misma levedad. Y, especialmente, la misma figura del sepulturero cavando a lo lejos, de espaldas, otra vez anónimo. El muerto descendía con el ataúd, adentrándose en la tierra, y con él sentía que descendía también algo de mí. Era como si aquella caja anónima contuviera en secreto una parte íntima de mí, una parte que ya no me servía, que ya estaba agotada, pero que no me había atredivo a desprenderme de ella. Un peso inútil en mi ser, un lastre. Una sensación extraña, de amargura y de alivio al mismo tiempo.

Volví a asistir frecuentemente a más entierros. Me siento incapaz de recordar a los difuntos, pero sí me hice capaz de definir aquella náusea que sentía por ver pedazos míos perderse para siempre entre los muertos, consecutivamente  en cada funeral. Aquel familiar sepulturero seguía siempre allá, a lo lejos, cavando hoyos nuevos que yo presentía que de algún modo eran para mí. No logré alcanzar a descubrir quién era.

Así ha sucedido durante los últimos casi tres años, hasta que por fin hoy la sorpresa de una càlida y espontánea revelación me ha abrazado con sosiego. De nuevo estoy en un funeral, pero ya no hay más presentes que yo. Nadie llora, nadie lamenta; solo desciende la madera fúnebre que encierra y entierra consigo aquellos dejes de mi alma que ya no me sirven por no poder aceptarlos más: necesidades superfluas, mentiras y falacias, conveniencias sociales, ideas preconcebidas, lo obvio... cada entierro es una liberación personal, un desanclarse de un pasado antojado como triste y desdibujado.

Cuando hubo terminado la ceremonia, me acerqué con curiosidad al sepulturero que tanto me había intrigado con la intención de descubrir su identidad. Seguía cavando un hoyo que yo sabía que en un futuro estaba destinado a contener otra parte de mí de la que debía desprenderme. Le saludé con cordialidad y él se giró. Me tendió la mano sin articular palabra, esbozando una sonrisa sincera en la boca y el corazón se me estremeció. Le di la mano tan sólo para comprobar que aquel sepulturero era yo.

viernes, 18 de diciembre de 2015

XIII

Incertidumbre

Lo que más me asusta del mundo es la tremenda incertidumbre que de todo se me deriva, como una duda cartesiana que se extiende sin descanso, convulsionándose lentamente hacia el hastío. La realidad, lo que es tan claro, tan sólido, tan cambiante pero extrañamente permanente, de pronto, muy levemente se agita. No pierde sus cualidades en ninguna medida, pero se aparece la idea del vacío, de la nada. Lo real es, y sigue siendo; las cosas son. Ahora bien, ¿qué hace que las cosas sean? Podríamos reformular la pregunta de varias formas, pero pronto el propio lenguaje terminaría por agotarse. A esta pregunta Heidegger me responde*: el ser. ¿Qué es el ser? Es un concepto demasiado abstracto como para que podamos definirlo de algún modo funcional. De hecho, la propia pregunta ya nos lleva por un camino errado. Preguntar por el ser es preguntar por algo, es coger al ser y volverlo cosa, volverlo ente. Lo coges y ya no es más ser. Lo expresas y ya no es más ser. Lo piensas y ya no es más ser. Cada vez que intentamos acceder a él fallamos; siempre intentamos encajarlo en nuestra metafísica, en nuestra razón, en nuestra lógica, siempre lo volvemos cosa. Hay vértigo, mucho vértigo. Hacia lo particular hay mucho camino; una cosa puede ser, pues eso, cualquier cosa: una mesa, una persona, un rayo, una caricia, un sueño... Y cada cosa tiene sus cosas. Incluso la misma palabra se sirve eficientemente de sí misma para expresarse con una suficiencia propia de su misma esencia. Sin embargo, cuando tiramos hacia abajo nos quedamos en la cosa, en lo que es. El fundamento más básico, la partícula más elemental de la realidad, para expresarlo de una forma más física. Intentamos bajar más allá pero no podemos. Se aparece un abismo entonces entre el ente, la cosa en su "más elemental cosidad" y el ser, aquello que la hace ser. Hay algo más allá, pero en medio un abismo. La realidad, de pronto, como que no cierra. La certidumbre, de pronto, como que se vuelve incierta. De hecho, ni siquiera puedo estar seguro de que haya algo más allá de la propia cosa…
Ante este nuevo escenario, tengo dos opciones de cómo inclinar mi actitud: cojo todo este vértigo, esta angustia, este miedo, este sopor, este tedio por la existencia que me provoca esta imposibilidad de ir más allá, la acepto y la resignifico; o bien, me refugio en la cotidianidad de las cosas, me sostengo en ellas, aunque realmente ellas se asientan firmemente sobre el abismo del que antes hablábamos. Nada puede acceder a su propio ser, es pero se me aparece ahora más bien como una posibilidad que está siendo que como un ente "metafísicamente sólido", un ente “cerrado”.

*Entendido como mi propia interpretación de El ser y el tiempo.

Puede ser que continúe, puede ser que no. Puede ser la última entrada del año, o tal vez no. Espero que a nadie le importe, tampoco.

viernes, 30 de octubre de 2015

XII

[...]

Que la noche sea larga y lenta
y así verme en tu mirada atenta;
sentir alegres mis manos aventureras
conquistando los parajes de tu seda.
Sumergirme profundo en tu noche,
batallar tus peligros, beber del dulce néctar,
sonreír tu sonrisa, roja de pasión, coqueta.
Verme débil ante tu fuerza,
ladrona de deseos, musa, señora y plebeya,
ángel exterminador de mis miedos y vergüenzas.
Dominarte, dormida y despierta,
en los juegos sencillos de cada día,
en los afectos y las palabras secretas.

[...]

lunes, 28 de septiembre de 2015

XI

Era un boig. 

I llavors començà a ploure i sense dir res va deixar el que estava fent i se n’anà a fora. La Júlia, en veure la taula plena de papers escampats, el te ja fred a mig beure i el cigar a punt de consumir-se del tot al cendrer, va saber de seguida on era ell. Les gotes de pluja repicaven suaument a la teulada. Era un plugim fi i refrescant, típic d’aquelles tardes d’estiu allà a la muntanya. Va obrir la porta del balcó del primer pis i es va quedar al llindar fumant. Des d’allà podia veure el tros de rierol que baixava prop de la casa, on a ell li agradava anar sovint. Mai li havia ensenyat on anava ni li deia que era allà, però ella sabia que ell anava allà, no per caprici, sinó precisament per a que ella el veiés. A la Júlia li agradava veure’l allà tot sol, en un estat gairebé primigeni, com retrobat amb sí mateix. Petit al mig del no res, en pau. Ell mai es queixava, rondinava molt però mai es queixava. I en tenia un munt de pesars a dins sèu!

Però allà estava dempeus amb els peus descalços dins l’aigua que li corria pels turmells, sobre un petit llit de còdols. Les gotes d’aigua li queien al cap i li relliscaven per la cara. No ho veia bé però estava convençuda que estava somrient. Molts cops somreia, molts cops li somreia a ella, però la Júlia tenia ja facilitat per saber quan ho feia perquè ho havia de fer i quan ho feia de debò.

Se l’imaginava somrient amb serenitat, amb una guspira d’aquella felicitat que tant poc havia tingut i que tant poc s’havia preocupat per tenir. Ell no hi creia en la felicitat. Creia en les persones, en l’ésser que pensa, que sent, que desitja. O això li deia a la Júlia moltes d’aquelles nits que passaven abraçats al sofà, despullats després de fer l’amor, fumant i parlant d’aquestes coses. Era un boig i per això mateix se l’estimava. Era intel·ligent i dolç i la feia feliç, però sovint era distant. No ho feia a mala fe sinó més aviat perquè no se sabia acostar més. Potser, per qualssevol d’aquests motius algun dia deixaria també d’estimar-se’l.

lunes, 14 de septiembre de 2015

X

Enfermedad: Nacionalismo.

El nacionalista es un enfermo que no merece ser curado. En él se alojan los fantasmas y parásitos de las épocas de la barbarie, si acaso esta no es la época más bárbara de todas. Reconoce sus carencias, esas falencias que nos definen a todos como hombres y mujeres y por ello se angustia. Es lo normal, lo humano. Sin embargo, lejos de combatir el miedo, de conocerse y gobernarse a sí mismo, lejos de querer en sus propios quereres, se agazapa y se somete a una voluntad mayor (que no más elevada).

Allí, entre todos se sienten seguros y se regocijan en su renuncia. Cantan y proclaman, crean y muestran con orgullo sus símbolos, escriben su historia, sostienen sus valores… el catálogo de actividades es amplio y variado. Bajo esas conjuras para espantar el miedo, poco a poco la persona se deshace, se desdibuja por así decirlo y se funde en una masa mayor, no menos difuminada y anónima. El amor los une a ella, su nación. Pero el amor es celoso y no en todos igual. Para evitar problemas se eleva ese sentimiento varias potencias al, tal vez, el amor más incondicional e incontestable, el amor por la madre (patria). Ella los acoge a todos entre sus brazos reconfortantes, les ama a todos por igual, les promete que jamás va a cambiar, que por ellos siempre estará allí y siempre les cuidará. ¿Cómo no va a decir eso una madre a sus pobres hijos, tan indefensos y asustados? Desde luego, cómo son las madres. Pero por mucho que nos duela, ninguna madre dura para siempre.

Me sentiría desalentado ahora mismo con el futuro, pero no escribo esto con carácter de pronóstico. Mamá ya murió. Y sus pobres huérfanos aún no se han dado cuenta y van por ahí cargando el cuerpo todavía caliente, exhibiéndolo sin pudor alguno. Y chillan su ruido sin cesar, como si intentaran cubrir las voces que anuncian la muerte. En el medio de todo este ruido, de todo ese parlotear sin decir viven el resto. Allá aquél que jamás tuvo madre, más allá aquél que jamás la necesitó. Con suerte se encuentra a uno de esos valientes, de aquellos que no se agazaparon y dijeron sí a su propia voluntad, sí a la más terrible de las batallas, que es gobernarse a sí mismo; uno de esos que dijeron sí a la propia vida. Un extranjero de todo lugar, un alienado de los patrios. Un anormal. Un enfermo.

viernes, 31 de julio de 2015

IX

La mañana

La mañana es sin duda el momento más bello de toda la jornada. Ni la pasión del día, ni el misticismo de la noche pueden superar el milagro de la aurora. Claro que para ello se requiere de un cierto esfuerzo y dormir es mucho más cómodo. Pues duerman, y déjenme a mí el silencio de las mañanas para mi caprichosa contemplación, las calles vacías, los reflejos del sol temprano que tiñe con violetas y naranjas el cielo y las nubes. Déjenme para mí, los colores vivos que despiertan y renacen de la tiniebla de la noche, el aroma a café, o a mar y arena que me trae la brisa suave. Déjenme que sea el soñador de mis mañanas y sigan durmiendo.

Que tenga usted un buen día.

jueves, 30 de julio de 2015

VIII

La celda (I)

Siempre adviene la fatalidad. Da igual el tiempo que pase, al final siempre descubren el pecado en mí. No hablo aquí de dioses, ni de morales; no hablo de faltas. No se trata de eso. Se trata más bien de una carencia o de una voluptuosidad primordial que tarde o temprano siempre aterroriza a quién, en algún momento, me tuvo cierta simpatía o cierto afecto. Incluso aquellos que jamás mostraron estos sentimientos hacia mi persona, sino más bien los opuestos,  o peor aún, los más indiferentes, también concluyen por descubrir mi más íntimo atributo.

Eso, y mi deseo por no causar molestias, me han llevado a viajar mucho. Diría que por todos los caminos he cruzado y que en todas las ciudades y pueblos he vivido. Pero no estoy seguro. A día de hoy no tengo ya recuerdos ciertos, si acaso algún recuerdo es verdaderamente fiel al hecho que evoca. Mi memoria es una argamasa de distintos afectos, de distintas pasiones y distintos temples que conforman así todas las imágenes y todos los sonidos que se proyectan en mi cabeza. Los olores, los sabores y las texturas me son más difíciles de construir. Toda asociación que pueda surgirme de un recuerdo no es más que puro artificio.

Un detalle se me ha pasado por alto: yo vivo en una celda. No conozco quién me trajo aquí, ni los hechos que motivaron mi reclusión. Desconozco también cuánto tiempo llevo encerrado. Es posible que siempre haya existido en este punto incierto, rodeado por la oscura pared circular; tan posible como que jamás pueda salir de aquí. No siento hambre, ni sed, ni sueño, ni pretensiones de una muerte redentora. Comprenderéis que para mí el tiempo carezca de cualquier valor.

 La oscuridad de mi celda es prácticamente total. Sobre el perímetro de la superficie circular, un único muro se eleva hacia la tiniebla más insondable y me encierra entre sus fauces. En él sólo hay dispuestas siete minúsculas oberturas, pequeños agujeros de los que he aprendido todo cuánto sé. Con forzosa paciencia he aprendido a distinguirlos por las leves diferencias de sus brillos y los irrisorios matices de color que varían de una a otra. A veces me gusta jugar a pensar que son puertas secretas y que los agujeros son el antojo de una cerradura por la que me asomo. Ésta, tal vez, es mi esperanza más íntima, el último resquicio de humanidad que logro encontrar en mí: saberme capaz de escapar.

martes, 28 de julio de 2015

VII

Pequeñas pasiones marchitas

Toda mi vida se mueve hoy en torno a mis pequeñas pasiones. Ese es mi centro de gravedad, mi sol, aquello que conforma y dota de cierto peso a esta existencia tan tonta. Entiendo así mi fina sensibilidad hacia lo que se me antoja como bello, mi amor pasajero y no correspondido por aquellas mujeres, mi soledad, antes fortaleza, hoy un páramo de noches frescas y despejadas; el gusto por plasmar con poca gracia palabras  sobre un papel,  las miradas perdidas, el disimulo y el decoro por hacerme ver que esto no está bien…
Pero mi pasión más secreta, más poderosa y odiada, tal vez sea mi esperanza de que todas esas luces que voy encendiendo, que tanto alumbran y tanto descubren, se apaguen de una vez por todas; tal vez sea mi esperanza de que todo esto algún día pasará y  que albergaré otras pretensiones u otros deseos, o bien habré aprendido a ignorarlos.

En el fondo, estas pasiones marchitas me pesan levemente.  

lunes, 27 de julio de 2015

VI

Correspondencia

Intento mantener con cierta regularidad una difícil correspondencia conmigo mismo. Me escribo sobre aquello relevante que me va sucediendo, y sobre las vicisitudes más triviales que se me repiten en los días que llegan y pasan. Es una actividad caprichosa e inútil, lo sé. Pero, ¿para quién sino iba a escribir?

Sin ir más lejos, hoy he recibido un mensaje en el que se me pregunta si acaso es un destello de amor aquello que yo sentía tan intruso. En tal caso, por favor, aconséjame, decía. Parece que será una larga tarde.

domingo, 26 de julio de 2015

V

El papel

Soñé con un trozo de papel que cabía en la palma de mi mano. Empecé a escribir y ahí pude grabar todas las palabras que quise y aun quedaba sitio para más. Escribí más y todavía no logré completar el papel.Escribí y escribí. Lo hice hasta que todas las palabras fueron escritas, pero siempre había sitio para más. Todas las palabras, escritas infinitas veces no eran suficiente. Durante el sueño pasaron los días, los años y los siglos, y yo empecé a inventar palabras. Así fueron escritas infinitas palabras, infinitas veces.Tampoco fueron suficientes.


miércoles, 22 de julio de 2015

IV

Convergencia

Siempre he tenido la íntima intuición de que lo colosalmente grande y lo ínfimamente pequeño convergen en el mismo punto: el infinito. La idea de segmento como tal, la línea que empieza y termina sólo es una comodidad, una licencia que nos permitimos para poder poner los cierres pertinentes y aliviar así la angustia que genera el sinsentido de la vida.

viernes, 17 de julio de 2015

III

Un guiño

Me he precipitado en un instante sumamente efímero en el ocaso de tus ojos. Maldita, me embrujas: ¡Que esa noche clandestina y perenne venga a mí, sin melancolías ni tristezas! ¡Que ese cielo estrellado que tu gobiernas cubra todos mis momentos, y si tu alegría no me puede iluminar los días, llórame la lluvia de palabras dulces!

Y así, tal como vino, se fue. Y así, me sigue flotando el recuerdo caprichoso, pululando a mi alrededor, como la niebla fina un día de otoño.

miércoles, 15 de julio de 2015

II

Egoísmo.

Del cielo cayó una estrella a mi mano, muy lentamente, como si fuera una lágrima derramada que surcara la mejilla del infinito cielo. La acerqué a mis labios y probé de su sabor. Me da fuerzas saber que hasta los mayores entes cósmicos sufren de pasiones que desgarran lo más profundo de su ser.
Soy así de egoísta.

I

Amor

No me pidas que te quiera, porque hoy no puedo. No me lo pidas, que mi amor está enterrado en el verano de tu pecho, esperando florecer una nueva primavera.